Vimos juntos La bicicleta de Pekín (十七岁的单车 - Shí qī suì de dān chē) en mi casa. No conocía esta película de producción china, taiwanesa y francesa estrenada en la Berlinale de 2001; quizás tampoco a su director, Wang Xiaoshuai (王小帅), exponente de la sexta generación de realizadores chinos. Sin embargo, me consta que entendía la realidad de aquella historia de ficción mejor que muchos sociólogos que la han investigado o que muchos artistas que la han intentado retratar o recrear con verosimilitud.
Cuando el joven protagonista de la película, Guei, entra por error en una casa de baños para entregar un pedido dirigido a un tal Sr. Zhang -escena que concluye con una confusión tragicómica cuando Guei toma una ducha que luego ha de pagar y no entiende por qué-, me dice con cierta aflicción que este domingo ha empezado a trabajar un nuevo compañero de orígenes campesinos. No detalla su edad ni procedencia. Menciona la palabra 电梯- diàntī, que afortunadamente entiendo (ascensor), y luego me explica que su nuevo 同事 -tóngshì no sabía cómo funcionaba, que entró en el habitáculo y permaneció encerrado durante media hora porque no sabía que para moverse había que presionar un botón.
No me sorprende, puedo imaginarme esa situación perfectamente y se lo digo. Me contesta que no es normal, que a través de la experiencia de televidente de puede conocer el funcionamiento de un ascensor... pero matiza que en el campo la gente es muy pobre. Quizás tampoco ha visto la televisión con frecuencia.
Hace un par de días, en una evento del The Bookworm International Literary Festival en Beijing se hacía referencia a las subculturas de China. Simplemente una mención, existen subculturas que explorar; luego se matizaba: es difícil de definir, cualquier comunidad puede constituir una subcultura... Los inmigrantes chinos en ciudades como Beijing son en sí mismos una subcultura, aunque del todo desvertebrada...